De acuerdo con Baba Vanga, Edgar Cayce y otros infalibles, el último presidente de los EE.UU. será negro y el número 44º. Barack Obama es ése. No sólo el mundo esotérico, sino el mundo a flor de piel, esperan con ansias saber si la predicción tendra lugar. Queda un año para corroborarlo. Mientras tanto atora en la garganta el nudo de saber que tales videntes acertaron con la caída de las Torres Gemelas, la crisis financiera, entre otros hechos que es fácil corroborar en la INTERNET. Se asombrará y se sentirá en posición de creer ahora.
Lo que el mundo no sabe es cómo se dará tal estremecimiento. Y he aquí la explicación. La tengo conmigo, con mi monitor de cristal, con mi alta escuela purulenta a Adriana Así, mi infalible maestra. No me ha dejado caminar, comer, dormir…la pulsión. Y, ya saben, con mi 2+2=4, no suelo fallar, lógica que a veces asusta a mis propios pelos.
Medio mundo sabe que en los EE.UU. los presidentes desde hace tiempo han dejado de ser hombres de poder para convertirse en precisos instrumentos de consorcios de poder. Es el país donde manda, por excelencia, el 1% más rico sobre el 99% más pobre. Una plutocracia. El modelo. El parapeto de la democracia. El imperio capitalista, del que a nadie se le oculta anda en crisis desde hace un buen rato.
Algo grave tuvo que haber ocurrido en el sistema para que, derrotado por el cansancio de su propio modelo, tuvieran que aceptar la apariencia de democracia dejando ganar a un negro. ¿Se acuerdan? Ello fue de impacto. En plena crisis financiera, rescatando bancos y quebrando a un montón de tontos ciudadanos, la llegada del "negrito" pareció bajar del cielo para que el país otrora esclavista se reivindicara colocando a un afrodesdendiente en uno de los momentos más crítico de su historia económica. Así se fortalecía la imagen de la "democracia" y, de paso, si la recuperación económica salía coja, la culpa sería de un no-blanco elitesco.
Donald Trump es el candidato blanco de las élites, élites que, popularmente hablando, se han reducido muchísimo a su 1%, casi sin pueblo. No ganará las elecciones, y ello será el golpe de autoestima que desatará los cambios en el país. Es decir, los plutócratas y sus empresas transnacionales, verdaderos presidentes de los EE.UU., se quitarán el antifaz y tomarán el país con las fuerzas armada. Fin del cuento de la tal democracia o, lo que es lo mismo, sinceramiento de lo que hay desde hace mucho tiempo. Ya con el negrito se había tolerado bastante.
Ganará un hispano, Ted Cruz o Marco Rubio, y, a pesar de que militan en la misma causa capitalista, demócrata o republicana, ya el asunto es un intolerable colmo del devenir histórico y político. ¿Primero un negro y ahora un hispano en el país fundado por blancos caucásicos? Las élites piensan que con plata se compra el porvenir y se cambia. Darán su golpe y en el país se instaurará un cuasi mecánico imperio donde los intereses son ultraneoliberales y las personas suertes de robots consumistas.
Especie de consagración del capitalismo que matará a orgasmos a nuestra viviente musa, Adriana Asi.
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